ch 38
La gente podía darse un día para llorar, pero Andrea no se dio ni un minuto, no podía, porque lo único que quería era recuperar a su hija. La trabajadora social los acompañó a la residencia de Mason esa tarde y Andrea sintió ganas de vomitar al ver la mansión en la que vivía y el auto que tenía mientras ella solo tenía una cuna para su hija. Por supuesto que a la trabajadora social no le pasó desapercibido aquel impacto, como tampoco el dolor de tener que dejar a su hija en brazos de la enfermera de Mason, porque apenas él la cargó la niña comenzó a llorar desesperadamente. Esa noche Andrea sintió que se moría sin su hija. Solo podía pensar en cómo estaría, probablemente sin poder dormir porque estaba con extraños. Al día siguiente no pudo pasar ni un café mientras esperaba ansiosa en la puerta del edificio hasta que Mason apareció en su Mercedes y la enfermera, ojerosa y cansada le entregó a la bebé. Andrea abrazó y besó a su hija como si no la hubiera visto en meses, pero fue incapaz de aguantarse las lágrimas. —Sabes lo que tienes que hacer replicó Mason. No creas que voy a permitir que te quedes con la niña. Tengo al mejor abogado de la ciudad, y tu salario ni debe alcanzar para llenar esa casa si no lo has hecho en medio año. Así que tu única opción soy yo. ¿Quieres a la niña? Entonces regresa conmigo. Ya viste todas las comodidades que puedo darte… —¿Y para qué? —espetó ella—. Yo no te quiero, ya no estoy enamorada de ti. ¿Exactamente qué ganas obligándome a vivir contigo? —¡Tú eres mi esposa! ¡Prometiste amarme y se te olvidó en cuanto el primer millonario se te pasó por delante! —escupió él con rabia. —Yo ya no soy tu esposa —replicó ella—. Y tú me abandonaste mucho antes de que ese millonario me pasara por delante. Pero si todo esto es por despecho, por rabia o porque prefiero a otro… —¿O otro que te abandonó? —dijo Mason con satisfacción y Andrea no necesitó más para imaginar que sabía algo sobre eso. Respiró profundo y lo miró a los ojos. —¿Qué tan baja tienes que tener la autoestima para obligar a estar contigo a una mujer que no te ama? —sentenció antes de darle la espalda y caminar dentro del edificio, mientras tras ella Mason se quedaba apretando los puños, más decidido que nunca a no permitir que Andrea se quedara con la niña. Gracias por leer en LeeNovelas.com. ¡Si quería a la mocosa entonces tendría que volver con él por mucho que lo odiara! Andrea llegó a la guardería y se quedó con Adriana más de una hora, la bebé estaba alterada, pero finalmente el cansancio de la mala noche la hizo dormir. Y cada día que le continuó a ese fue de la misma forma, hasta que Andrea decidió mudar su escritorio para un pequeño cubículo vacío frente a la guardería. Como aprendiz de Ben tenía horario abierto, pero aun así una semana después fue hasta su oficina para notificarle que iba a salir. —¿Está todo bien? — le preguntó él observándola con preocupación. —Sí, solo tengo que ocuparme de algo—replicó ella tratando de no parecer apesadumbrada. Recuerda. Lee esta novela sólo en LeeNovelas.com, no en otros sitios. —¿Puedo preguntar qué es? —insistió Ben sin desviar la mirada de ella. —Voy tras un posible contrato —explicó Andrea luchando por contener el temblor de su voz—. Estuve investigando, creo que puedo… Ben suspiró y sacudió la cabeza. —Andrea, no creo que sea posible encontrar a alguien para reclutar ahora mismo. La temporada ya terminó, todos los equipos están llenos, las universidades ya eligieron y los profesionales también; y todos los deportistas tienen sus agentes. —No todos murmuró Andrea—. Quizás no lo consiga, pero igual voy a intentarlo. Ben se echó atrás en su asiento porque sabía a quién se refería, pero no se tomó el trabajo de disuadirla porque ella se veía absolutamente determinada. —No tienes nada que probarme, te lo aseguro — le dijo con suavidad. —No hago esto por aprobación, créeme—respondió Andrea y él asintió. —Buena suerte entonces. Una hora después Andrea se ajustaba el grueso abrigo mientras bajaba del autobús frente al rink de la UBC (University of British Columbia). El equipo de hockey estaba en prácticas así que no demoró mucho en localizar a Gideon Stormhold o como todos le llamaban, Baby Storm. En segundo año de la universidad, solo le faltaban dos para mostrar de qué estaba hecho, si quería vivir de eso entonces aspiraría a un lugar en la NHL, entre los profesionales. Pero para eso no bastaba con ser un buen jugador y Andrea lo sabía, porque en el medio año que llevaba en la empresa, había visto a jugadores perder su carrera. Miró alrededor y no tardó en localizar a una mujer de unos cuarenta y cinco años, seria y callada, a la que enseguida identificó por las fotografías de su investigación. —¿Señora Stormhold? —preguntó y la mujer se giró hacia ella—. Mi nombre es Andrea Brand, ¿puede regalarme cinco minutos de su tiempo? ¿Por favor? —¿Sucede algo? —preguntó la señora Stormhold girándose hacia ella. —No… no, no sucede nada. Yo soy representante deportiva… —¡Ah, por supuesto! —dijo la mujer con una sonrisa amable—. Déjeme su tarjeta y yo la llamaré. Andrea pasó saliva por un momento, sabía que sería difícil pero no iba a dejar que eso la detuviera. —No tengo tarjetas, señora Stormhold, no soy tan importante. Y si la tuviera usted tampoco me llamaría, solo está tratando de deshacerse de mí como la persona educada que es. Pero las dos sabemos que no me llamaría, por eso le pedí cinco minutos de su tiempo. La mujer se le quedó mirando en silencio por un largo minuto, pero luego miró a la pista, donde su hijo practicaba y asintió. —Vamos afuera, no quiero distraerlo — declaró. Andrea la siguió fuera de las gradas y la señora Stormhold se detuvo frente a ella en uno de los desolados corredores. —Bien, ¿qué querías decirme? —Señora Stormhold, soy aprendiz de un representante de Nexa Sport Representation, es una empresa americana nueva en el país, aunque ya representa a muchos deportistas canadienses —dijo Andrea con firmeza—. Estoy aquí para ofrecerle mis servicios, me gustaría ser la agente de su hijo. La mujer frente a ella se notaba muy educada, así que solo negó con delicadeza. —Le agradezco, pero mi hijo no tiene más representante que yo. —Lo sé, y a usted todo el mundo le tiene miedo, por eso hace tiempo que nadie se lo propone… Sé que Gideon nunca ha tenido un agente profesional antes, pero puedo asegurarle que yo seré la mejor, y pondré todo mi empeño en llevar a su hijo al siguiente nivel. Puedo ayudarlo a encontrar patrocinadores, contratos de publicidad, lo que sea necesario para garantizar su éxito después de la universidad. La señora Stormhold la escuchó con atención mientras le explicaba aquello. —No sé—dijo con calma.No estoy segura de que sea lo más adecuado para mi hijo. Andrea asintió comprensivamente. —Es una decisión difícil, pero es necesaria. Ya hemos visto a muchos jugadores talentosos desaparecer por no tener a alguien que los apoyara y guiara durante su carrera insistió Andrea—. Mi trabajo es encontrarle los mejores patrocinios y establecer relaciones con los equipos deportivos profesionales, ¡conseguirle los mejores contratos, el mejor pago…! —¡Ese es el problema! —exclamó la señora Stormhold con frustración. ¡Por eso mi hijo no tiene representantes profesionales, porque solo hablan de dinero! ¡Es todo lo que les interesa, ganar más por él, más contratos, más trabajo, más dinero…! “Rico” “Millonario”, es lo único de lo que saben hablar y para nosotros eso no es lo más importante. ¿O me va a decir que usted no está aquí por el aspecto económico también? Andrea apretó los labios y pasó saliva. No, en eso no podía mentir. —Tiene razón, yo también estoy pensando en el aspecto económico, pero no por los motivos que usted piensa. — Metió la mano en su bolso y sacó una foto de Adriana—. Ella es mi hija. Su padre acaba de quitármela porque no tuve recursos suficientes para contratar un abogado mejor que el suyo murmuró mientras la mujer veía la foto—. El dinero no es lo más importante, señora Stormhold, pero eso no significa que no tenga influencia en nuestro destino. —Lamento lo que le pasa, pero… —¿Se ha puesto a pensar qué le pasaría a Gideon si se lastima? —la interrumpió Andrea—. El hockey es un deporte de contacto, es peligroso, más de uno ha salido con una lesión severa. ¿Se ha preguntado qué pasará si eso sucede? ¿Qué será del futuro de su hijo si usted no es precavida? ¿Si usted no se asegura de que tenga con qué enfrentar los problemas? —dijo guardando la foto—. Usted no es ninguna ilusa y él es solo un niño, si usted no vela por su seguridad ¿entonces quién lo hará? La señora Stormhold cruzó los brazos, respirando pesadamente. No sabía qué responder a eso pero sabía que la muchacha tenía razón. —¿Hace cuánto no ve un partido de su hijo? —¿Disculpe?—se asombró por la pregunta. —He observado los diez últimos juegos de su hijo, usted jamás lo está viendo. Cada vez que la cámara pasa está hablando con alguien, un patrocinador, un asesor, alguien… pero no está disfrutando de la carrera de su hijo, así que no se mienta, usted también está preocupada por él —sentenció Andrea—. Por favor, sea solo su madre. Déjeme ayudarla, porque nadie puede entender su necesidad de proteger a su hijo mejor que yo. Si me da esta oportunidad, se lo aseguro, no la decepcionaré. La señora Stormhold respiró profundo y luego metió la mano en un bolsillo de su abrigo, extendiéndole su celular. —Anota tu número. Realmente debo pensar bien en todo esto, pero le prometo que la llamaré para darle mi respuesta, sea cual sea. Andrea anotó su número y se despidió con cortesía, y para cuando salió de allí el corazón le palpitaba con fuerza en el pecho. Estuvo asustada y nerviosa toda la tarde, sin mencionar que cada vez que Mason llegaba para llevarse a Adriana, ella sentía que se le revolvía hasta el alma. Esa noche y tres más estuvo pegada al teléfono, desesperada, aguardando por la única respuesta que podía resolver todo aquello, cuando los toques suaves en su puerta la sobresaltaron. Se envolvió en una manta y se subió los lentes a la cabeza antes de ir a abrir la puerta, pero si frío había afuera, la persona que vio del otro lado definitivamente la convirtió en un bloque de hielo. —¿Zack?NôvelDrama.Org holds © this.